20 nov 2008

De amores y pasiones

Dicen los diccionarios que el término vampiresa designa a la actriz que interpreta personajes de mujer coqueta y fatal. Por extensión, se aplica a la mujer que extrema el refinamiento de sus atributos para interesar y rendir a los hombres o a aquella de gran atractivo físico, con gran poder sobre el varón. La vampiresa es, a todas luces, una figura erótica que alimenta, con su imagen y sus conductas, el deseo del otro. En psicoanálisis se la asocia con la personalidad histérica, caracterizada por su capacidad de seducción. Emilce Dio-Bleichmar habla del "feminismo espontáneo" de la histérica, enfatizando la singular utilización del poder que hace este tipo de mujer. La vampira, en cambio, es una figura terrorífica que se caracteriza por extraer algo (sangre - juventud - bienes, etc.) del otro.

La Dama Roja, a pesar de su belleza, no puede ser considerada una vampiresa, tal vez porque poseía más de Thánatos que de Eros. Asimismo, no estaba pendiente del varón hasta el punto de no poder vivir sin él. Para ella, sólo las mujeres eran indispensables; de allí ese universo femenino en el que habitaba. Lo que sí tenía en común con la vampiresa era todo lo que ponía de sí misma para agradarse y la obsesión de eterna juventud y perenne belleza que la atormentaba.

El mito del vampiro - mujeres fatales incluidas - revela, como todo mito y parafraseando a Mircea Eliade, "una historia verdadera que sirve de modelo a ciertos comportamientos humanos".

Si bien es cierto que el vampirismo es unilateral, como el vampiro contamina, la víctima puede transformarse en victimaria, invirtiéndose entonces la relación. Algo así sucedió con Erzsébet. Las doncellas de las que se nutría ocupaban ese lugar que alguna vez había sido el suyo. Esas jóvenes se habían transformado en la única razón de su existencia. Sin ellas se sentía morir. Por otra parte, aunque a diferencia de Drácula, Erzsébet no se ocultara de la luz del día refugiándose en el ataúd, a medida que el tiempo transcurría se iba haciendo cada vez más solitaria y nocturna. Buscaba la oscuridad en los sótanos de sus castillos.

La magistral descripción del vampiro hecha por Sheridan Le Fanu en su cuento "Carmilla", tal vez nos sirva para comprender más las relaciones establecidas por la Condesa Báthory: "El vampiro es propenso a ser víctima, ante determinadas personas, de vehementes pasiones semejantes al amor. Al tratar de llegar hasta ellas, despliega inagotable paciencia e inauditas estratagemas para interponerse ante el objeto de su deseo. No desiste del empeño hasta que su pasión no es satisfecha y hasta que no ha chupado la vida de la víctima codiciada. Llega hasta a desposarla; prolonga así su criminal placer con el refinamiento de un epicúreo y lo acrecienta con un hábil galanteo. En esos casos parece no desear otra cosa que la simpatía y el consenso. Pero con más frecuencia va directamente a su fin, vence por la violencia y estrangula y aniquila a la víctima en un solo festín". Erzsébet pertenecía a la segunda categoría de vampiros, a esa que no conoce de sutilezas. Era directa, no utilizaba la seducción. Su sed, tan devoradora, no podía esperar para ser saciada. El galanteo, para ella, hubiera significado una postergación intolerable.

El vampiro, propenso a ser víctima de vehementes pasiones, en realidad no ama. Es que en la relación amorosa, dice Piera Aulagnier, el Yo inviste libidinalmente en forma privilegiada - pero no exclusiva - al Yo del amado, al que, entre otras cosas, se le demanda placer sexual. Hay otros destinatarios de los que también se espera lograr placer - aunque no sexual - y que quedan catectizados en diferentes vínculos. No son necesariamente personas, ya que puede tratarse de una variedad de objetos y metas. El Yo mantiene, así, una libertad de desplazamiento en sus investimentos libidinales que le permite conectarse, según diferentes momentos y necesidades, con diversos intereses y fuentes de placer. Piera Aulagnier agrega que el amor es una relación simétrica en la cual, en primer lugar, cada uno de los dos Yo es para el Yo del otro el objeto de una investidura privilegiada pero no exclusiva. En segundo lugar, se trata de una relación en la cual cada Yo se muestra y es reconocido por el otro como fuente de un placer privilegiado pero también como detentando un poder de sufrimiento igualmente privilegiado. Además, "la relación de simetría se define por ese sitio de privilegio que cada uno ocupa para el otro en el registro del placer, y por el hecho de que cada uno atribuye al otro un mismo poder de placer y de sufrimiento". Este "y" que une placer y sufrimiento define esencialmente lo que Aulagnier llama simetría. Se trata, así, de una relación en la que la reciprocidad limita la dependencia del amante con respecto al amado, y la torna compatible con esa posibilidad autónoma de cargar libidinalmente otros objetos o metas, hecho que preserva para el Yo del amante un valor narcisista fundamental. Por otra parte, esos poderes de placer y de sufrimiento que recíprocamente poseen el amado y el amante, explican la potencialidad conflictiva que se encuentra presente en toda relación de amor así como la posibilidad de pasar de éste a la agresión

Cuando la psicoanalista francesa define la relación pasional dice que "un objeto se ha convertido para el Yo en la fuente exclusiva de todo placer, y ha sido desplazado por él en el registro de las necesidades". En función de la naturaleza del objeto, diferencia tres clases de relaciones pasionales: la del toxicómano, la del jugador y la un sujeto con el Yo del otro, es decir la pasión amorosa.

La relación pasional, en sus tres formas, excluye la reciprocidad. En el caso de la amorosa, que es a la que fundamentalmente queremos referirnos, "el Yo sitúa al Yo del otro como objeto de necesidad, y por consiguiente, a su propio Yo como privado de lo que solamente ese objeto podría hacer posible". Una persona establece con otra - o con una droga o el juego - un vínculo de extrema dependencia. Cree que ese otro del cual depende puede completarlo porque lo tiene todo. Esto es consecuencia directa de un mecanismo de proyección por el cual se le atribuye al otro un omnipoder. Piera Aulagnier aísla los rasgos que caracterizan a quien sufre la pasión: 1) El Yo se piensa como teniendo la posibilidad de ofrecer placer al objeto pero careciendo del poder de ocasionarle sufrimiento. 2) El Yo atribuye al Yo del otro, por un lado, un poder de placer exclusivo y por otro un poder de sufrimiento desmesurado, hasta el punto de preferir la muerte antes que la ausencia o el rechazo del objeto de su pasión.

El destinatario de la pasión amorosa puede abusarse de la asimetría, induciendo aún más esa pasión en el Yo que la sufre. ¿Qué razones pueden motivar una conducta así? Al provocar pasión se consigue el poder narcisista de tener dominio sobre el otro o se evita el riesgo de sufrir por la pérdida de un vínculo amoroso. Por eso, la persona que es objeto de la pasión desarrolla la capacidad de conectarse con el otro a través del placer y goce sexuales, excluyendo el compromiso afectivo. Esto se acompaña con un extremado interés en el placer sexual del partenaire, que se ilusiona, así con un inexistente compartir. Lo que en realidad sucede es que para seguir manteniéndose en el lugar del objeto de la pasión, el sujeto que la induce sabe que debe ser un excepcional amante, y como tal se brinda, aunque su partenaire será deseado sexualmente por un tiempo cada vez más efímero. La apropiación de nuevos objetos víctimas de pasión aumenta el poder narcisista de dominar a los otros. Piera Aulagnier pone como ejemplo del que induce al vínculo pasional, un caso clínico de un paciente varón y parecería que para ella ambos sexos pueden ser colocados por igual en cualquiera de los dos lugares de esta relación asimétrica. Sin embargo, nuestras observaciones nos indican que son en su mayoría mujeres las que suelen ocupar el lugar del sufrimiento pasional, mientras los hombres lo inducen.

Desde una perspectiva más descriptiva que metapsicológica y motivacional, Robin Norwood habla precisamente de "las mujeres que aman demasiado" señalando que son adictas al objeto de amor. Creemos que se refiere a lo que Aulagnier llama relación pasional. En esta misma línea, Elizabeth Badinter nos llama la atención acerca de la tercera maldición con la que Jehová expulsó a Eva del paraíso: "La pasión te llevará hacia tu esposo y él te dominará". Estas palabras han estado durante siglos cargadas de consecuencias: "El concepto de pasión implica necesariamente las ideas de pasividad, sumisión y alienación que definen la condición femenina". Aunque en la Biblia consultada por nosotros las palabras no son las mismas que traduce la filósofa francesa, lo mismo dan cuenta del mandato con el que Jehová condena a la mujer a ser víctima de una relación asimétrica: "Hacia tu marido será tu anhelo pero él te dominará".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen articulo, estoy casi 100% de acuerdo contigo :)

Anónimo dijo...

Saludos, muy interesante el articulo, espero que sigas actualizandolo!